Dra. Mila Cahue

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El éxito en el amor es más que una cuestión de suerte


“¡Qué suerte tiene fulanito/a!” se suele exclamar cuando vemos a alguien disfrutando de una relación, por fin,

soñada, a su medida, y que le hace plenamente feliz.

¿Suerte? Efectivamente, para conseguir nuestros objetivos, del tipo que sean, es necesario que en algún momento nos toque con su varita mágica y haga que se consoliden nuestros proyectos y el fruto de nuestro trabajo. La cuestión aquí es ¿qué peso le damos a la suerte para hacer que nuestros sueños se hagan realidad? Para muchos, las cosas llegan solamente si aparece el factor azar, sin una intervención personal, por lo que se convierten en agentes pasivos de su vida: si las cosas no pasan, ellos pasan  de las cosas. Y la vida se convierte en una experiencia ajena, que se sufre, pero que no se diseña, que se vive como espectador en lugar de protagonista. Por eso no es extraño encontrar en lo más profundo de estas personas estados emocionales disruptivos como las depresiones, la melancolía, la frustración y el resentimiento, consecuencia de su pasividad vital.

Cuando alguien consigue algo valioso (p.e. en el caso que nos ocupa, una relación feliz, adecuada, soñada…) parece que hubiera una cierta resistencia a querer reconocer en el otro las horas dedicadas a conseguir sus objetivos; la valentía para levantarse una y otra vez después de una dificultad; la honestidad consigo mismo para reconocer los errores y la sabiduría para corregirlos; la capacidad de mantener la atención enfocada superando situaciones incómodas, sinsabores o situaciones adversas.

Este fue el caso de Beatriz, hoy felizmente casada con Esteban, a quien conoció en la red. Forman la pareja ideal, están enamorados como dos adolescentes aunque están en la cincuentena; se han quitado años de encima y tienen una vida

llena de proyectos e ilusiones. En alguna ocasión oyen decir a alguien que qué suerte han tenido. Beatriz sonríe levemente porque no tiene por qué contar fuera de su entorno privado los desengaños previos a su relación con Esteban; cómo tuvo que aprender a discernir el grano de la paja; los fines de semana que pasó llorando por decepciones que no entendía; las veces que se levantaba llena de ilusión y automotivación que acababan en decepciones estrepitosas. Pero de cada experiencia hizo su propia lectura personal, se tomó sus tiempos de descanso y de reflexión, aprendió sus lecciones individuales, y no perdió en ningún momento el objetivo que tenía: encontrar al hombre de su vida.

Su perseverancia fue digna de admiración, y cuando la suerte hizo acto de presencia, Beatriz y Esteban estaban preparados para encontrarse, para reconocerse, para cuidarse, y para darse recíprocamente lo mejor que llevaban cada uno para compartir.

Es cierto que la literatura y la ficción están llenas de casos que atribuyen a Cupido o al azar (recordemos el refrán español boda y mortaja, del cielo bajan) la llegada del amor, y todas estas historias van esculpiendo nuestro pensamiento, nuestra mente y, como consecuencia, nuestra vida.

Pero es importante que no le demos a este factor un peso excesivamente grande, ni siquiera de un 50%. Si contamos con su intervención en aproximadamente un 10%, y dejamos el 90% a nuestra actuación consciente, dirigida y hecha a nuestra medida, es mucho más probable que consigamos lo que pretendemos, que nos sintamos creadores de nuestras circunstancias y, por lo tanto, nos sintamos más satisfechos de todo lo que vamos consiguiendo.

Es mejor empezar a considerar el éxito no como algo que nos ocurre y no sabemos muy bien cómo, sino como la consecuencia de una actuación enfocada, dirigida, mimada y sostenida. Y es aplicable, también y sobre todo, a que encontremos el amor de nuestra vida.

Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity