Las parejas ya no son lo que eran… Para que una pareja dure hay que aguantar y aguantarse mucho… El secreto está en ceder… etc, etc, etc.
Estamos de acuerdo con que lo que han aguantado muchas personas cuando los matrimonios ni podían ni debían de disolverse, no es deseable ni para el peor enemigo. Esas situaciones, para muchos vividas durante la infancia en sus propias familias, han sido el origen de la falta de tolerancia que parece darse en la actualidad como reacción a no querer exponerse a sufrimientos innecesarios e inútiles.
En general, nos hemos vuelto más exigentes con todo, en parte, porque podemos. No existen, en teoría, obligaciones para estar con nadie: ni familiares, ni económicas ni sociales. Por lo tanto, demandamos una relación que nos satisfaga, que nos guste, en definitiva, que nos haga felices.
La auténtica dificultad en estos casos es, precisamente, ésta última: aprender a ser feliz uno mismo. Por lo general, se ponen demasiadas expectativas en que el otro, o bien vaya a aportar tantas cosas nuevas y maravillosas a nuestra vida, que ésta sea una fuente continua de felicidad; o bien se vaya a acoplar a nuestro carácter y gustos sin que haya ningún conflicto y todo transcurra sobre las plácidas aguas de un embalse.
Por lo tanto, es muy posible que la cuestión radique no tanto en si nos estemos volviendo exigentes, sino en si las expectativas que tenemos son las ajustadas y adecuadas para poder formar una pareja feliz y duradera.
Además, existe una cierta tendencia a creer, especialmente hoy en día más que en épocas anteriores, que todo lo que tenga con el amor es fácil, inmediato e intenso. FALSO.
Quizás resulte chocante, pero suele ser habitual encontrarse con personas que exigen de la vida, de su vida, la presencia de una relación de pareja. Y no solamente esto, sino una relación de pareja feliz, complementaria, recíproca y extraordinaria. Sin embargo, es una idea socialmente bastante aceptada. Al contrario que en otros casos, en los que se pensaría que alguien ha perdido literalmente la cabeza, cuando se trata del amor, todo cuela.
Así, por ejemplo, si nos encontrásemos con alguien que nos soltase un discurso quejoso y lastimero, según el cual tendría que:
– ser Director General o Presidente de una de las mayores compañías del país, aunque su nivel de estudios sea bachillerato;
– tener unas medidas corporales de modelo de fotografía, a pesar de medir menos de 1,60cm, tener grasa acumulada por ciertas partes del cuerpo y unos rasgos de más que dudosa armonía;
– vivir en una magnífica casa con muchos metros cuadrados habitables, muchos metro cuadrados de jardín, y el correspondiente servicio para atender tanta baldosa y césped;
– tener un coche deportivo de gran cilindrada, y gran coste de mantenimiento, para desplazarse del trabajo a casa, y viceversa…
pensaríamos que sus facultades mentales se están viendo seriamente afectadas.
Sin embargo, no nos parece lo mismo cuando alguien se deprime, literalmente, porque no aparece una persona sensible, que le comprenda, guapo o guapa, con estilo al vestir, resolutiva, con buen carácter, divertida, ingeniosa, de éxito y millonaria, que complemente su media naranja reseca y, a veces, hasta mohosa.
Por salirnos de todas estas ideas absolutamente irracionales, está bien ser exigentes, pero también realistas, en cuanto a lo que esperamos de los demás a nivel afectivo y sentimental. Esperar la pareja perfecta cuando uno no lo es, es irracional. Ser feliz, tener ganas de hacer feliz a alguien imperfecto pero de nuestro agrado, y querer recibir algo parecido de la otra persona, no lo es tanto.
En conclusión, ser exigentes, sí; ser irracionales, no.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity