El problema de creer que dos cosas que son diferentes, aunque relacionadas, son lo mismo, es que lleva a un estado de confusión a las personas que tienen que interpretar qué es lo que les está ocurriendo, y qué es lo que tienen que hacer.
Y esto es lo que ocurre cuando decimos “amo a alguien” o “estoy enamorado de alguien”.
Estar enamorado lo podríamos equiparar con un impulso que activa los circuitos implicados en los procesos de refuerzo del cerebro. Por eso resulta tan agradable, y por eso también nos quedamos enganchados cuando se produce. Podríamos decir que casi tiene el efecto que también producen muchas sustancias o actividades (las básicas son: comida, ejercicio y sexualidad. Otras conocidas: drogas, alcohol, ciertos alimentos ricos en grasas o carbohidratos, juegos, etc.). Hace sentir EXTREMADAMENTE BIEN. Y queremos que esa sensación dure toda la vida. De hecho, cuando baja ese nivel de bienestar y éxtasis, uno puede llegar a pensar que ya no quiere a su pareja, y podría ser cierto que ya no se esté “enamorado”, pero eso no quiere decir que no se ame a la persona con la que está.
En principio, este impulso, como su propio nombre indica, nos serviría para acercarnos a una persona con el objeto de amarla. Sin esa motivación, sería difícil empezar una relación, pedirle el teléfono, hacer una declaración, o tantas cosas que se hacen por… ¿amor?. Más bien, por enamoramiento.
También es cierto que todo el mundo puede enamorarse, pero no todo el mundo sabe amar. Esta es la diferencia que intentamos que se entienda bien para evitar la confusión que produce.
De hecho, pasado el enamoramiento y el consecuente acercamiento a la otra persona, lo siguiente es empezar a hacer conductas que confirmen que alguien sabe cuidar del otro, se preocupa por su bienestar y su felicidad es un objetivo personal. En definitiva, empieza el periodo en el que uno pone de manifiesto hasta qué punto sabe amar. Y eso no es solamente un sentimiento, sino también una conducta aprendida, practicada y, además, con distintos niveles de pericia.
Por eso, cuando muchas personas, entre lágrimas, nos dicen, tras una serie de episodios dolorosos en una relación, y en estado de shock o de incredulidad: “no lo entiendo. Me dijo que nunca se había enamorado así, y al principio lo parecía. ¿Por qué me dijo que me amaba? Me prometió tantas cosas…”
Como ya hemos comentado también en otros artículos, todo el mundo sabe decir te quiero. Son menos los que saben practicarlo, de verdad.
Alguien que ama no hace sufrir. Es importante entonces comprender, a pesar de que duela profundamente, que aunque alguien nos dijera en un momento de impulso que nos amaba cuando se supone que estaba enamorado de nosotros, no sigamos ahora enganchados a la idea de que algo terrible debe de haber pasado (incluso llegando a culparse por el abandono o el maltrato) para que esa persona haya dejado de amar.
Simplemente, se pasó la lluvia de neurotransmisores, de dopamina. Hay gente que no sabe vivir sin ese continuo estado de placer, y por eso continúan buscándolo enamorándose una y otra vez de personas que provocan ese impulso, en vez de comprometerse en una relación profunda e íntima en la que ellos mismos puedan provocar su sensación de enamoramiento a voluntad, de la misma persona y a través del tiempo.
Estar enamorado y amar producen dos tipos distintos de bienestar: el primero a más corto plazo, y el segundo a medio, y sobre todo, a largo plazo. De ahí que se aconseje, en determinados momentos de la relación de pareja, volver a enamorarse, a modo de impulso que produzca de nuevo un acercamiento que permita continuar con la relación.
Es importante, por lo tanto, no engañarse… si se es capaz de enfrentarse al malestar que produce la confusión.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity.
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