Una vez que hemos conocido a alguien especial y la relación parece ir hacia adelante, una de las expectativas que suelen albergar muchas personas es la de crear un entorno de intimidad afectiva en el que sentirse aceptados y queridos recíprocamente.
Para los novatos en relaciones de pareja, esto puede parecer algo obvio; para los que ya hayan tenido algunas experiencias en este terreno, podría parecer algo imposible. Solemos tender a pensar que una relación
ya puede considerarse íntima cuando estamos compartiendo casa, cama, pijama, lavabo o vaso. Esto no está mal, pero no es la intimidad a la que nos referimos cuando estamos hablando de los afectos, de los sentimientos, o de la esencia de cada uno. Cuando empezamos a convivir con una persona, nos guste o no, de manera consciente o inconsciente, nos vamos haciendo cada vez más transparentes y son pocas las cosas que se le pueden escapar a la pareja que está compartiendo esa parcela de nuestra vida, a poco de atención que ponga. (Supongo que en este momento algunos lectores estarán pensando que hay gente que pasa por las relaciones sin enterarse prácticamente de cómo era la persona con la que estaban, y ciertamente no les falta razón).
Cuando estamos en pareja, pensamos que sí nos lo estamos diciendo todo, o que si hubiese algo que comentar esto se haría sin ningún problema. La realidad nos demuestra cada día que son muchas las parejas que se quejan precisamente de la falta de comunicación, y cuando se refieren a ella no quieren decir que su pareja no sepa hablar, sino que no sabe comunicar lo que siente, lo que quiere o lo que necesita, y que cuando lo hace es a base de reproches, exigencias, malos rollos o imposiciones. Sobre todo, existe una expectativa sobre los poderes adivinatorios del otro, que debe de saber en todo momento o al menos adivinarlo en nombre del amor, qué es lo que le está ocurriendo a uno. Cuando uno se enfada porque el otro no lo ha adivinado, el otro se queda perplejo porque no tiene ni idea de qué le están echando en cara.
Por lo tanto, una de las cualidades que se busca en una pareja es que esté en contacto con sus sentimientos, que sepa identificarlos, que sepa expresarlos, y que tenga intención de compartirlos con la persona con la que convive en la otra intimidad (la del lavabo).
Cuando nos encontramos con una persona emocionalmente cerrada, quizás activados por ese amor que sentimos, justificamos su conducta con excusas tales como que tuvo una infancia muy dura con unos padres que le abrazaban poco y no le dijeron nunca que le querían; su anterior pareja le/la maltrató tanto que tiene miedo a abrirse de nuevo; es que es así, no habla y no hay manera de sacarle cuatro palabras cuando está con el ceño fruncido o mohíno.
Podemos entender que, en nombre del cariño que tenemos hacia la otra persona, deseemos entender lo que le está ocurriendo; pero lo que en realidad necesitamos comprender es por qué se está dando una situación en la que se está sintiendo un profundo dolor y sufrimiento.
En realidad, dan igual las razones por las que una persona no sabe expresarse o compartirse emocionalmente. No sabe hacerlo, y eso sería razón suficiente para que, o bien aprendiese la forma adecuada de lograrlo, o bien se terminase con una situación que difícilmente va a conseguir el grado de intimidad que al menos uno de los dos miembros de la pareja está deseando.
Compartir las emociones no significa comunicar solamente lo malo o conflictivo, sino también saber expresar lo positivo y lo que nos agrada del otro. Uno de los pilares sobre los que se basan las relaciones es en el intercambio de refuerzos que reciben ambos miembros de pareja, que pueden ser desde el halago y al aprecio por el aspecto, o por algún logro conseguido (cambiar un enchufe o hacer una cena exquisita), hasta perder la vergüenza que sienten algunos en decir cuánto quieren a la otra persona, y lo mucho que les agrada compartir momentos de su vida mutuamente.
A modo de resumen:
– No te canses de decirle a tu pareja cuánto te gusta y la amas
– Cuando quieras hablar de algo que no te gusta, enfócalo desde cómo te estás sintiendo (lo que te está incomodando) y qué propones para que cambie la situación.
– No hables buscando culpables, sino soluciones.
– Un desacuerdo no es una ocasión para machacar al otro, sino una oportunidad para cimentar las bases de la relación.
– No busques en tu pareja al contrincante en el ring sino al compañero de una etapa, larga o corta, de tu vida.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity