Parece un hecho cada vez más frecuente que encontrar pareja, o mantenerla, resulte algo frustrante y para lo que no tenemos recursos suficientes de afrontamiento. No nos gustaban los modelos anteriores de pareja, pero los nuevos, entre los que se incluye la modalidad de single, todavía están reivindicando su hueco de normalidad.
Como consecuencia de esa frustración, no es extraño ver personas que se lamentan continuamente por el hecho de no estar con alguien, y se hunden en la tristeza y la miseria, la rabia y el resentimiento; se abandonan físicamente, no se arreglan, dejan de salir porque total, para lo que van a encontrar ahí afuera, carecen de hobbies y parecen estar esperando a que sea alguien quien se encargue de que su vida se convierta en una experiencia feliz, en vez de ser ellos los que se encarguen de que sea lo suficientemente interesante, en primer lugar para ellos mismos, que son los que tienen que convivir consigo todos los días; y en segundo lugar para quien quiera compartir ciertos momentos, o quizás más, y les resulte lo suficientemente atractivo como para querer quedarse más tiempo, o compartir lo que trae cada uno de su propia cosecha.
Definitivamente, se pueden adoptar dos actitudes claramente diferenciadas en esos momentos en los que uno se encuentra emocionalmente sin pareja, pero está a la espera de que aparezca cuando toque: una, quizás la menos eficaz, consiste en estar todo el día lloriqueando, lamentándose, descuidando lo positivo de su persona y creando un entorno desagradable, desaliñado tanto física como emocionalmente. En ciertos momentos es bueno desahogarse, tener un espacio para ventilar la rabia y la frustración que supone no sentirse enamorado y querido, pero no podemos hacer que algo que tiene que ser breve y claro, se convierta en una actitud generalizada que dure días y que afecte a todos los ámbitos de nuestra vida. Desde luego, si nuestra media naranja aparece ante tal espectáculo, seguro que va a salir corriendo. Demuestra una deficiencia importante en la capacidad para amar, puesto que no se ha esperado a la persona adecuada con el mimo que se merece.
La otra actitud, más inteligente, es hacer que la propia vida se convierta en un lugar interesante. Entretenerse en conocerse bien a fondo, practicar y desarrollar las mejores habilidades personales, ser capaces de crear un entorno hecho al gusto personal y ser capaces de gestionar la propia felicidad sin que nadie tenga que rescatarnos de un pozo oscuro, de una cárcel siniestra o defendernos de un dragón que nos atemoriza.
No es difícil imaginar la grata sorpresa que supondrá para la persona amada llegar a un lugar al que se le está esperando con alegría, con una disposición amable y con los deberes hechos. Ese es el momento entonces de disfrutar, de comentarse el camino recorrido hasta encontrarse y de hallar la manera de que todo lo que tiene cada uno para aportar se convierta en un solo proyecto.
En ocasiones parece que tener pareja es lo más normal del mundo, y no nos damos cuenta de que no es un derecho que podamos reclamar y exigir, pues el amor no es producto de la casualidad sino de la voluntad (querer querer) y de la habilidad personal (saber querer).
En resumen, si la media naranja todavía no ha llegado, lo mejor es entretenerse, ocupar el tiempo en mejorar personalmente en todos los sentidos, desde lo más físico hasta lo más sutil, de manera que, si llega a tiempo, nos pille con una sonrisa de oreja a oreja, y si no lo hace, por lo menos haya merecido la pena vivir.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity