Nos hemos creado un entorno social en el que parece que tenemos prisa para todo: para trabajar, para tener éxito, para adelgazar, para ir al aseo, para hacer el amor, para quedar con los amigos, para encontrar pareja, para consolidar una relación… Todo ello acompañado de ingente literatura sobre cómo hacerse millonario en tres días sin que a uno se le mueva el tupé, cómo perder 12 kilos en una semana o cómo hacer que una chica sucumba a tus encantos y te la puedas llevar al catre en prácticamente diez minutillos de nada… Nuestro refranero nos advierte al respecto: Las prisas no son buenas consejeras para nada, a lo que podríamos añadir que solamente sirven en casos de urgencia (estarían justificadas de alguna manera) o de desesperación (nos las podríamos ahorrar con un adecuado cambio de actitud). En el resto de los casos, son fuente de innumerables errores y también del devastador estrés, tanto por la prisa que se quiere dar uno para conseguir algo, como por el que se produce cuando uno constata que se ha equivocado y que hay que empezar de nuevo.
¿No tenemos a veces la sensación de que tomamos más tiempo para decidir qué coche o qué lavadora compramos; a qué lugar nos vamos de vacaciones; dónde invertimos el dinero, etc., que en analizar, calibrar y decidir si la persona con la que estamos es con la que podemos realmente formar una pareja feliz?¿Por qué nos sigue sorprendiendo entonces que no nos salga tan bien como esperábamos con el poco tiempo o atención que le dedicamos?
Aplicado al entorno que nos ocupa, el de buscar, encontrar y disfrutar de una pareja, las prisas más habituales que encontramos son:
–Por encontrar a alguien. A veces con la sensación de que no importa tanto con quién sino el qué, y que uno no se pueda permitir estar solo con tranquilidad si todavía no se ha topado con alguien con quien le apetezca algo más de intimidad.
–Por definir rápidamente el tipo de relación que se tiene, especialmente en el nivel de poder decir si se tiene novio/a ya más formal. En este caso, se corre el riesgo de comprometerse demasiado pronto con alguien a quien todavía no se conoce lo suficiente, o que necesite su tiempo para crear un vínculo mayor, o que simplemente no quiera llegar a estadios más profundos de una relación. No es tan importante tener pareja como el hecho de que ésta se vaya haciendo bien, a buen ritmo y en el tono adecuado.
–Por irse en seguida a vivir juntos. Parece que dar el paso a la convivencia supone que la pareja ya está casi formalmente establecida, formalizada y hasta casi bendecida. Y las prisas del apartado anterior nos llevan invariablemente al que estamos comentando ahora, pretendiendo que se está dando un vínculo mayor que el que en realidad existe. No hay ningún inconveniente en irse a vivir juntos cuanto antes, siempre que se tenga en cuenta que se sigue en la fase de conocimiento, o noviazgo, que ahora se tiene la ventaja de poder conocerse mejor y más rápido, pero que no hay ningún compromiso adquirido, de momento, a no ser que éste se haya verbalizado de manera explícita. Incluso en este caso, si la convivencia se produce demasiado pronto en la relación, aunque medien promesas de amor eterno, lo más prudente apunta a que tomarse el tiempo suficiente y necesario para conocerse mutuamente está por encima de cualquier requisito social, porque, al final, va a ser uno mismo, no los demás, quien sufra o disfrute de la relación de pareja que haya formado.
–Por presentar a los hijos o a la familia. Aunque de nuevo pudiera parecer que la pareja estará mejor consolidada si ya la conoce el entorno más próximo, en realidad no es garantía de éxito ni es uno de los elementos claves para que una pareja se fundamente de la mejor manera. Es un elemento a tener en cuenta, pero no es el definitivo. Y en realidad, estamos obligando a los demás a incluir en su propio círculo, y al mismo nivel de intimidad que tengan con nosotros, a una persona que les es extraña y que ellos mismos no han elegido, sino que la están aceptando por mediación nuestra. Lo recomendable es esperar a que los sentimientos se aclaren primero entre las personas que forman la pareja, antes de involucrar los sentimientos de los demás con una persona que les es ajena.
Si lo pensamos detenidamente, la búsqueda de pareja debería convertirse en un hecho placentero, divertido, satisfactorio y con la flexibilidad suficiente que permitiese cortar una relación cuando ésta ya no diese más de sí, o se descubriesen facetas del otro incompatibles con las propias; o continuarla si los ingredientes se van amalgamando con suavidad, en armonía, en el momento adecuado, y de manera gratamente digerible.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity