¿No nos reconocemos en algún momento de nuestras vidas arrepintiéndonos de un amor perdido que no supimos valorar, o queriendo volver con alguien a quién en su momento rechazamos? ¿Qué ocurrió?¿Qué fue lo que no supimos ver?
El amor se siente, pero a amar se aprende. Para identificar los códigos del amor, es preciso que haya referentes en
los padres, en los hermanos, en el entorno próximo de colegio, pandilla o gente conocida. En ese periodo de aprendizaje, es posible que los códigos del amor hayan sido inexistentes, o que se les haya cambiado el nombre. Es decir, que hayan enseñado que el amor es: chantaje, sacrificio, sufrimiento, negligencia, etc.
De esta manera, cuando se llega a una edad adulta y se busca pareja suele ocurrir algo para lo que utilizaremos un símil muy fácil de comprender. Muy probablemente nos ha ocurrido alguna vez que metemos la mano en una bolsa (por ejemplo) grande, sin mirar hacia dentro, y empezamos a mover la mano buscando algo. Puede pasar un buen rato y seguimos con la mano dando vueltas dentro de la bolsa, y entonces tenemos que parar y pensar: ¿pero qué es lo que quiero realmente sacar?.
Uno puede creerse que el amor es tan sencillo como meter la mano y sacar lo primero que se encuentra, para darse cuenta con el tiempo de que igual no era exactamente eso lo que necesitaba de esa bolsa.
También puede ocurrir que nos pasemos una eternidad revolviendo lo que hay dentro sin decidirnos nunca a sacar algo, o que realmente no tengamos ni idea de qué es lo que se está buscando.
Por eso solemos aconsejar tener antes al menos una pequeña idea de lo que se quiere o se busca para que podamos ir escogiendo lo que es más parecido a lo que nos gustaría encontrar.
La dificultad es añadida si a uno le han enseñado, o ha aprendido, que el amor es como una pelota redonda de tacto compacto (y supongamos que es un cubo de tacto suave), y éste es el objeto que saca repetidamente de su bolsa. Sin
embargo, no acaba de ser feliz con ello, pues realmente dista de ser la experiencia de amor que supuestamente espera.
Por mucho que meta la mano en la bolsa, y que toque las aristas suaves, no elegirá sacar ese objeto pues no lo reconoce como experiencia de amor. No sabe lo que es, pero lógicamente no lo identifica, pues no tiene en su aprendizaje los códigos que le permiten utilizarlo.
Cuando uno se hace consciente de este hecho, es mejor sacar la mano por unos instantes, y dedicarse a observar qué ocurre con la gente que se ama bien y de verdad. Dedicar un tiempo a este análisis es muy ventajoso, a la vez que un acto de madurez emocional, y todo el que empleemos será tiempo ganado, no tiempo perdido (ni tiempo que se va a perder si no se sabe lo que se busca). Es probable que haya que identificar nuevos elementos, y aprender a interpretarlos, buscarlos y encontrarlos. Al menos en principio, nos servirán como la referencia de la que se puede partir para crear nuestra particular experiencia afectiva satisfactoria.
Cuando se tienen incorporados los códigos del amor, hay que saber potenciarlos, es decir, buscar personas que tengan códigos similares que permitan que recíprocamente las relaciones resulten enriquecedoras, pues cuando permitimos que nuestros códigos de amor caigan en manos de personas que no saben lo que se traen entre ellas, probablemente acaben por infrautilizarlos, o no reconocerlos y maltratarlos o abandonarlos. Pero no es su responsabilidad: no tienen los códigos del amor. La responsabilidad es de quien los tiene, los conoce y lo mejor que puede hacer es potenciarlos para que sirvan, en última instancia, de modelo para quién quiera utilizarlos de referente.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity