Uno de los retos más complicados a los que tienen que enfrentarse las nuevas parejas es a acoplarse, además, a los hijos de uno, del otro, o de los dos. Si ya resulta complicada la convivencia con la persona de la que se está enamorado; si también es compleja la convivencia con los hijos que se tienen con una persona, ¿cómo no va a tener algún puntito de dificultad manejar caracteres, temperamentos, días altos y bajos, estilos educativos diferentes, etc. de una pequeña troupe? Que todo salga sin problemas desde el principio puede ser una suerte, un milagro, o un auténtico arte.
El tema de los hijos necesitará de toda la paciencia que tengamos a mano, de todo el cariño, y sobre todo de comunicación a chorros por ambas partes, para que no queden aristas sin pulir.
En realidad, cuando damos el paso de conocer a los hijos de nuestra pareja, a quien estamos conociendo mejor es a nuestra pareja, pues los hijos suelen ser reflejo de nuestras virtudes y también de nuestras carencias como personas.
En ocasiones hacemos a los hijos excesivamente partícipes de nuestra vida de pareja. Es posible que les mareemos presentándoles a unos y a otros, en incluso pidiéndoles que se involucren al mismo nivel emocional que estamos nosotros, con una persona que ellos no han decidido tener en su vida. Esto puede ser injusto para ellos y puede llegar a saturarles.
Lo mejor es presentar a nuestra pareja en alguna reunión informal de amigos, como si se tratase de uno más. A medida que todos se vayan familiarizando, se pueden ir introduciendo días de pareja, intentar salir a hacer actividades juntos, y que también aprendan que hay un espacio de intimidad emocional que tienen que respetar, y en el que no tienen cabida niños, propios o ajenos. Para ellos es muy sano aprender que una pareja adulta necesita intimidad y tiempo para que funcione y que no siempre ellos van a ser los protagonistas de cualquier evento de la vida de los padres.
Tanto los nuevos compañeros como los hijos se tienen que, en principio, tolerar por el cariño que sienten por una persona en común y que sirve de vínculo entre ambas partes. Tan duro es para los hijos aceptar que alguien extraño e impuesto ocupe espacios de su intimidad, como para las nuevas parejas tener que dedicar tiempo, energía y comprensión a unas pequeñas personas que no han decidido tener.
Si cada uno pone de su parte y no se atribuyen lugares y funciones que no corresponden, a la vez que se intenta llevar la situación con el mejor ánimo y de forma creativa, las probabilidades de éxito son muy altas.
¿Podemos pedirle a nuestras parejas que no se inmiscuyan en nada que tenga que ver con nuestros hijos? Si las diferencias son importantes, entonces el nuevo compañero se abstendrá de imponer su criterio en decisiones que afectan directamente a los niños, como ciertos hábitos, el colegio donde estudiar, etc., pues para esto ya tienen a sus padres. Pero si ciertos hábitos de los niños afectan directamente al día a día de la nueva pareja, entonces ésta está en su perfecto derecho a exponer lo que le está molestando, e intentar llegar a acuerdos que faciliten la convivencia.
Tanto la pareja como los hijos necesitan de mucha atención, cariño, tiempo y energía, y es preciso aprender y desarrollar muchas nuevas habilidades para que esta pirueta resulte impecable.
Si la pareja aprende a ser cómplice en esta situación, la carrera de fondo está prácticamente garantizada.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity