¿Vivimos el amor como una enfermedad, una adicción, un remedio o una experiencia feliz ?
Recientes estudios en torno a por qué la gente se enamora, y qué procesos fisiológicos y neurológicos se producen son un intento de conocer por qué para unos amar es un sufrimiento, y para otros es una experiencia gozosa.
Estos estudios (Aron, Brown y Fisher) han dado como resultado que, cuando las personas se enamoran, se activan los circuitos de dopamina en el cerebro, circuitos que por cierto están directamente relacionados con los sistemas de motivación y refuerzo, y que a su vez también se activan cuando las personas desean algo con intensidad, ya sea comer, beber o una caricia de su pareja.
El amor, visto desde esta perspectiva, tendría más que ver con un impulso que con una emoción propiamente dicha, según estos investigadores. Si se tiene en cuenta que las adicciones están relacionadas con estos mismos circuitos de dopamina (los que producen un profundo bienestar cuando se realiza una conducta, y que nos inducen a repetirla ad infinitum si no se ejerce un control consciente sobre ella), no es de extrañar que algunos lo vivan como una adicción, y que existan tratamientos ya hayan incluido una sistemática similar a la rehabilitaciónn de drogodependencias para superar el desamor. De hecho, cuando uno se enamora hasta las trancas, no puede dejar de pensar en la persona amada, de la misma manera que la persona alcohólica no puede dejar de pensar en la bebida, o la bulímica en la comida.
A la vista de los resultados, y teniendo en cuenta que la idea que uno tiene sobre lo que es la experiencia del amor también está relacionada con el vínculo afectivo desarrollado en la infancia, otros investigadores (Gonzaga) opinan que quizás se está llamando amor a algo que todavía no lo es. Es decir, reducir el amor al acto de enamorarse podría ser entonces tan incorrecto como decir que el amor es un impulso solamente en vez de una emoción. ¿Y si fuese las dos cosas, y algo más?
Podríamos decir que el acto de enamorarse sí obedece a un impulso; después, como respuesta a ese impulso (y aquí intervendría el aprendizaje individual en el sentido más amplio y estricto de la palabra), aparecerían las emociones que facilitarían la interpretación que ese impulso evoca: para unos será una experiencia positiva, para otros negativa, y para unos terceros, neutra. Cada uno deberá aplicar entonces su factor de corrección según su experiencia individual.
Lo que conocemos normalmente como amar no sería ni un impulso, ni una emoción, sino un conjunto de conductas aprendidas, automatizadas, e incluso diseñadas a gusto individual, que a su vez tienen consecuencias emocionales y motivacionales. Es decir, se trataría de un sistema de retroalimentación formado por distintos componentes de distinta naturaleza: desde la más primitiva e inconsciente (impulso), hasta la más evolucionada y consciente (conductas individuales libres y autónomas), capaces de activar, de nuevo, las más primarias.
Como todo lo bueno de la vida (comida, sexo, ejercicio, amor…), el impulso simplemente cumple con la misión de acercarnos al (o alejarnos del) objeto de nuestro deseo. Manejar la emoción (individual) que eso produce, es una labor personal. De hecho, como suele ocurrir con la mayoría de las adicciones, cuando lo que se produce es el descontrol emocional, la consecuencia es la adicción, que viene a ser como una especie de disco rayado del que a la persona la resulta difícil desconectar.
La conclusión, por lo tanto, es que viviremos la experiencia de amor como algo positivo o negativo, según el grado de pericia con el que manejemos, en primer lugar, nuestros impulsos; y en segundo lugar, nuestras emociones. Si estos dos no los superamos hábilmente, entonces la adicción y el sufrimiento están prácticamente asegurados. La buena noticia, es que impulso acertado y emoción bien gestionada, da como resultado una experiencia feliz.
Colaboración de Mila Cahue para MeeticAffinity