Os dejo a continuación un artículo de Laura Peraíta para ABC.es en el que he contribuido como Psícóloga especialista en Área de Pareja.
Uno de los momentos clave de una pareja es el matrimonio. Llegar a él supone un compromiso de amor por el que se pretende estar con la persona amada el resto de la vida. Sin embargo, aunque las expectativas siempre son muy altas, la realidad nos enseña que no siempre es un camino de rosas. El matrimonio no es un estado estático, es un proceso en el que habrá que susperar obstáculos. Pero no hay que desesperarse al primer conflicto. Los expertos en la materia aseguran que las crisis son habituales y refuerzan la relación de pareja.
José Antonio Marina, presidente de la Fundación Universidad de Padres, también advierte que las expectativas con las que llega uno al matrimonio deben ser realistas y adaptativas; es decir, «si se mantienen expectativas muy exigentes en el otro, o en lo que nos va a aportar viendo a la pareja como la responsable de nuestra felicidad estaríamos en un error pues traería consigo dependencia y una fuente de frustración».
Es importante que desde el comienzo de su vida en común, los dos definan y encuentren sus ritmos y estilo de vida, consistente en normas, responsabilidades, toma de decisiones y negociación. Esta negociación también debe incluir a sus propias familias de origen, con los que van a relacionarse de otra manera. «Para que la pareja perdure en el tiempo tiene que haber un sentimiento de crecimiento y un proyecto común de vida. Ambos tienen que evolucionar tanto como personas de forma individual como en pareja. Lo ideal es que la pareja animara y apoyara este crecimiento. Por ello, es fundamental tener espacios individuales en los que cada uno se desarrolle y espacios en pareja», apunta Marina.
Susana de Cruylles, psicóloga clínica del Hospital Universitario Príncipe de Asturias, señala que a la hora de formar un matrimonio la pareja cumple dos funciones. La primera sería lo que los expertos en terapia de familia llaman conyugalidad, que es lo propio de la pareja, la relación sincera y exclusiva entre los dos, compartiendo confidencias, intimidad y siendo cómplices. «Hay que tener capacidad de aceptar las diferencias, pero con objetivos comunes, capacidad de negociar y de llegar a acuerdos, sin olvidar el respeto, siempre necesariamente presente, para que el matrimonio funcione».
La siguiente fase es cuando nace el primer hijo, momento en el que la pareja tiene que reorganizarse como padres y aparece la segunda función: la parentalidad, cuyo objetivo es a su vez cumplir con dos tareas. La nutricia, es decir, los mimos cariños, abrazos, el amor hacia el bebé luego niño, y la tarea normativa, consistente en el conjunto de normas que un niño necesita para poder aprender y crecer en familia y en sociedad. «El amor y la norma son elementos necesarios para que un niño evolucione, madure y se adapte a su entorno —explica Susana de Cruylles—. Es fundamental que haya un equilibrio entre ambas tareas para que el niño crezca sano física, emocional e intelectualmente».
La tercera fase de la familia seria la adolescencia, cuando los hijos son mas independientes y autónomos, y donde hay mucho cuestionamiento por parte de los hijos de la autoridad y las normas paternas. El matrimonio, de nuevo, ha de hacerse fuerte como padres y como pareja y adaptarse a esta nueva crisis familiar.
Finalmente, los hijos crecen, se independizan y se van de casa, supondría el reencuentro con la pareja después de una trayectoria vital juntos. Si se han superado las crisis y la relación matrimonial sigue siendo buena esta fase es muy enriquecedora y plena.
«En todo este camino —apunta Susana de Cruylles—, para que el matrimonio se fortalezca han de mantenerse activos los dos roles mencionados: la conyugalidad, lo exclusivo y propio de los cónyuges, y la parentalidad, lo propio de los padres.
Mila Cahue, psicóloga del área de pareja del Centro de Psicología Álava Reyes, añade que el amor es un juego de dos, y si el otro no esta en disposición de coger la raqueta y empezar a devolver pelotas, lamentablemente no hay partido al que jugar. «Hay que queres y sentirse querido. Cualquier relación sana, es un toma y daca continuo. Se da y se recibe. No se da para recibir, ni tampoco se exige la devolución de lo dado, pero si no hay un intercambio libre, generoso, satisfactorio y continuo, es muy difícil que una relación resulte la experiencia gratificante que se desea. Es bidireccional y en flujo constante, y si se detiene o solamente ocurre en una dirección, se producen los bloqueos o parones que hacen que caiga en picado».
Añade que amar al otro es fundamental, «pero tan importante como querer lo es el sentirse querido. Por mucho que queramos al otro, si no sentimos que nuestra pareja nos quiere o nos atiende en lo más intimo, la relación empieza a dejar paso a la sensación de frustración, decepción y amargura que pueden desembocar en la ruptura».